Primera locomotora "Carolina" americana que llegó a Vilanova, 1881
Esquema de la locomotora tipo "Rogers", año 1880
Detalle de la locomotora "Carolina" de la TBF
Una locmotora "Martorell" en el depósito del Clot, 1926
Locomotora "Martorell" en el XIX Congreso Internacional del Morop, 1972
Locomotora "Mamut" en el XIX Congreso Internacional del Morop, 1972
12 - Las primeras locomotoras. Condiciones de trabajo de maquinistas y fogoneros
En el interior del edificio de la Rotonda, junto a la “Mataró”,
encontramos algunas de las primeras locomotoras originales
que se conservan como es el caso de la “Martorell” de 1854,
la más antigua que se conserva en el Estado. En su parte
delantera es posible leer las siglas de la compañía a la que
perteneció y el número de orden que le fue asignado. Hasta
la creación de Renfe en 1941, cada compañía utilizó una
numeración particular para denominar a sus locomotoras. A
esta pequeña locomotora se la conoce como “Martorell” porque
sus primeros servicios los hizo entre esa población catalana
y Barcelona.
Las primeras locomotoras de vapor del siglo XIX tenían un
tamaño muy reducido, y se limitaban a hacer los cortos
trayectos que cada compañía privada explotaba en forma de
concesión. La labor de maquinistas y fogoneros era muy dura
por el reducido espacio en el que tenían que trabajar sin
ninguna protección de las condiciones climáticas, con un
calor abrasador o ateridos de frío y respirando humo y
hollín. Es posible acceder a la cabina de la locomotora
“Mamut” de 1857 que se encuentra a la derecha y en ella se
puede imaginar la penosidad de la conducción de estas
primeras locomotoras de vapor.
Estas primeras locomotoras a medida que quedaban desfasadas
se utilizaban para mover otros vehículos en estaciones y
depósitos, tarea que desarrollaron durante muchos años. Esta
utilidad salvó a muchas de ellas de su desaparición.
Progresivamente las compañías se ampliaron y las líneas se
fueron uniendo, siendo necesarias locomotoras de mayores
dimensiones para cubrir recorridos mayores. El incremento de
las distancias fue proporcional a la dureza de las
condiciones laborales de los ferroviarios, aunque se
cubrieran las cabinas de las máquinas de vapor. Las jornadas
podían prolongarse más de doce, catorce o las horas que
fueran necesarias para llevar el tren a destino. Una
locomotora podía consumir 10 toneladas de carbón en una
jornada, incluso más si este era de mala calidad, lo que era
muy frecuente. En este caso, el fogonero tenía además que
remover constantemente el fuego para mantenerlo. En las
paradas no había descanso, pues había que engrasar bielas y
órganos motores, y repostar agua. En el Museo es posible
acceder a las cabinas de las grandes locomotoras como la
“Mallet”, la “Santa Fe” o la “Mikado”, las tres restauradas
por los voluntarios de la Asociación.